Los recuerdos no son fotografías

Memento (2000), identidad y memoria

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¿Qué tan fiables son nuestros recuerdos? ¿Hasta qué punto estos representan copias exactas de la realidad? Hemos sido condicionados a pensar en nuestros recuerdos como fotografías, como si nuestro cerebro fuera una grabadora de video, siempre preparado para proyectarlos con perfecta fidelidad cada vez que queramos. Por eso nos cuesta aceptar que nuestros recuerdos rara vez son precisos.

Todos sabemos que no podemos acordarnos de todo. Normalmente solo recordamos los momentos más destacados de nuestro día, y a medida que pasa el tiempo nos vamos quedando únicamente con los más memorables. Apartando este hecho, indiscutido para todos excepto para esas rarezas de la naturaleza que dicen tener memoria eidética, muchos creen que esos recuerdos remanentes son perfectas representaciones de la realidad, tal como fue experimentada en un momento pasado.

Cómo veremos, no podrían estar más equivocados.

Teddy: Tú no quieres la verdad. Tú quieres hacer tu propia verdad.

Leonard es el protagonista de Memento (2000), la primera gran producción de Christopher Nolan. Sufre de pérdida de memoria a largo plazo, una condición real llamada amnesia anterógrada, por lo que es incapaz de retener nuevos recuerdos por más de algunos minutos.

Nolan expone la falibilidad de nuestra memoria a través de su narrador poco fiable y de la peculiar estructura narrativa del guion. Los eventos se desarrollan en un orden cronológico inverso para transmitir a la audiencia la misma desorientación que experimenta el protagonista.

El único objetivo de Leonard es encontrar al asesino de su esposa, el mismo que le propinó el golpe en la cabeza que le ocasionaría la pérdida de memoria. Para compensar su incapacidad para formar nuevos recuerdos, desarrolla un sistema rudimentario que le permite conservar la información más importante en fotos, notas y tatuajes. Leonard menosprecia la memoria por su naturaleza cambiante y afirma que solo conserva los “hechos”:

Leonard: La memoria puede cambiar la forma de una habitación; puede cambiar el color de un coche. Y los recuerdos pueden distorsionarse. Son sólo una interpretación, no son un registro, y son irrelevantes si tienes los hechos.

Por qué los recuerdos no son fotografías

Las fotografías son permanentes. Si desempolvamos un viejo álbum de fotos, veremos las mismas poses, los mismos gestos y los mismos espacios que vimos al momento de tomarlas. Nuestra memoria no funciona de la misma manera.

Lejos de mostrar los recuerdos tal cual fueron registrados, nuestro cerebro los retoca y modifica regularmente con el objetivo de adaptarse a las necesidades del momento. No guardamos información como si nuestro cerebro se tratase de un disco duro. Nuestra memoria es, por el contrario, muy maleable, y normalmente se encarga de hacernos quedar bien ante nosotros mismos (lo que nos hace más sencillo el trabajo de quedar bien ante los demás).

Los numerosos sesgos de memoria tienen en su mayoría un carácter egocéntrico. Así, un buen número de ellos son retocados por el cerebro para hacernos quedar mejor.

Jonathan Nolan: “Quería utilizar la condición (de Leonard) como una forma metafórica de tratar algunas cuestiones filosóficas (…) Lo que quería hacer con ella, en términos metafóricos, era explorar la naturaleza de la memoria, y especialmente la idea de los recuerdos fabricados; de los recuerdos que parecen ser completamente vívidos, pero que pueden ser sólo una ficción construida a partir de historias que uno ha escuchado y reconstruido a lo largo de su vida”.

*A partir de aquí habrá spoilers*

En la película, Leonard incurre en un sesgo de memoria cuando modifica un recuerdo doloroso para pasar a rememorarlo como un acontecimiento externo, específicamente como si le hubiese ocurrido a alguien más.

Durante toda la película vemos en escenas en blanco y negro a través de las cuales Leonard cuenta la historia de Sammy Jankins, un antiguo cliente de la aseguradora para la que trabajaba durante su época de investigador de seguros.

Jankis había sufrido un accidente que le provocó pérdida permanente de memoria a corto plazo. Leonard, que trataba de descubrir fraudes, investigó el caso y llegó a la conclusión de que la condición de Jankins no era física, sino psicológica, por lo que le fue negado el cobro del seguro, que no cubría enfermedades mentales.

La esposa de Jankis, desesperada por devolver a su esposo a la normalidad, intentó ponerlo a prueba para forzarlo a recordar la cosas, en caso de que estuviera mintiendo. No tuvo éxito. En última instancia, lo incitó a que le inyectara varias dosis de insulina. Pensó que, si Sammy todavía podía formar nuevos recuerdos, dejaría de inyectarla antes de que le hiciera daño. Pero Sammy no recuperó la memoria. Le administró 3 o 4 dosis seguidas a su esposa, que entró en coma.

Uno de los giros argumentales llega a través de un flashback casi al final de la película, cuando vemos a Leonard inyectar en la pierna a su esposa, sugiriendo que el trágico relato de Sammy Jenkins habría sido siempre el del propio Leonard, quien deformó el recuerdo hasta el punto de convertirlo en la historia de otra persona.

El de Leonard es un caso extremo, pero nuestros recuerdos también están sujetos a pequeños retoques, modificaciones, borrados, adiciones y falsificaciones. Las confabulaciones, el fenómeno en donde mezclamos fantasía y realidad hasta el punto de no poder disociarlas, son el pan nuestro de cada día.

Leonard tiene razón en su alegato contra la memoria, cuando menciona que ni siquiera los testigos oculares son tomados demasiado en cuenta al momento de decidir un juicio:

“La memoria no es perfecta. Ni siquiera es tan buena. Pregúntale a la policía. El testimonio de los testigos oculares es poco fiable. Los policías no atrapan a un asesino sentadose a recordar cosas. Recogen hechos, toman notas y sacan conclusiones”.

Los recuerdos y la identidad

“Cuando se pide a la gente que nombre la única cosa que intentaría salvar si su casa se incendiara, la respuesta más común (para disgusto del perro de la familia) es “Mi álbum de fotos”. No sólo atesoramos nuestros recuerdos; somos nuestros recuerdos”.
— Daniel Gilbert, Stumbling on Happiness

Leonard intenta exteriorizar por medio de souvenirs visuales el sofisticado proceso de curación que el cerebro realiza natural e inconscientemente. De esta manera le da forma a una narrativa medianamente coherente sobre el tipo de persona que fue, lo que es actualmente y en lo que desea convertirse.

Obviamente, su sistema es muy limitado y propenso a simplificaciones peligrosas, como se encarga de recordarle Natalie, un personaje que se muestra escéptico ante la incertidumbre que supone confiar en la información que llega en forma de pequeños fragmentos. Señala que “debe ser duro vivir tu vida según un par de trozos de papel. Si mezclas la lista de la lavandería con la de las compras, podrías terminar desayunando tu ropa interior”.

Pero Leonard no es el único que manufactura su identidad. Los recuerdos definen quienes somos. Constantemente estamos evaluándonos de acuerdo a ellos. Y, sin embargo, sabemos que los recuerdos no son retratos sino pinturas impresionistas. Cambian cada vez que los traemos a la memoria. Se mezclan con fragmentos de películas que hemos visto, libros que hemos leído y conversaciones que hemos tenido. Si nuestras narrativas dependen de nuestro pasado, y este está sujeto a numerosas modificaciones, ¿qué tan alejados estamos de Leonard y su identidad artificialmente ensamblada?

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Escribo sobre sociedad, tecnología y cultura. + Intereses: Escepticismo | Metacognición | Evopsych | Cine | Productividad | Suscríbete a medium.com/omnicultura