¿Seríamos la misma persona si nos hubiera criado otra familia? Probablemente.

Three Identical Strangers (2018), nature vs. nurture y libre albedrío

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Desde la izquierda, Robert Shafran, David Kellman y Eddy Galland, el 28 de septiembre de 1980, en Nueva York.

El documental Three Identical Strangers (2018) narra la historia de Robert Shafran, Edward Galland y David Kellman, hermanos trillizos separados al nacer. Adoptados por separado por padres diferentes, durante la adolescencia sus familias se trasladaron a la ciudad de Nueva York y acabaron viviendo a pocas manzanas de distancia. Esto dio paso a una increíble coincidencia: los dos primeros se matricularon en la misma universidad. El encuentro no pudo ser más surrealista. “Parecía estar viendo a mi doble”, afirmaba Robert.

La historia llegaría hasta el New York Post, en donde se publicaría un reportaje al respecto. Los hechos seguirían alcanzando cuotas elevadas de absurdo cuando David, el tercer hermano, advertía en el periódico a dos desconocidos que se veían exactamente iguales a él. La reunión de los trillizos causó sensación a finales de los 80 y por un breve transcurso los hermanos se pasaron por cada cadena de televisión para contar su historia.

Lo que más impresionó a los trillizos, más allá de su aspecto, fue lo mucho que se parecían en cuanto a personalidad. “Nuestras vidas son paralelas a un grado fenomenal. Es ridículo”. Esto a pesar de haber sido criados por familias totalmente diferentes. Además de medir y pesar prácticamente lo mismo, y de llevar el mismo corte de pelo, también tenían los mismos hobbies. Por ejemplo, los tres habían practicado lucha durante la adolescencia. En el documental afirman haber descubierto — solo se conocieron, recordemos, cuando tenían 19 años — que tenían exactamente los mismos gustos en cuanto a música, mujeres y autos.

Sin saberlo, eran parte de un experimento secreto llevado a cabo por el psiquiatra de origen austriaco, Peter Neubauer, quien en esos años estaba a cargo del Child Development Center de Manhattan. El experimento pretendía dilucidar la influencia de la genética en contraposición con la crianza. Para ello, se separó a estos trillizos en adopción y se les entregó a tres familias muy diferentes en cuanto a estatus socioeconómico. “Los padres de Bobby eran muy cultos y vivían en el área más prestigiosa del condado. Los padres de Eddy vivían en lo que podría considerarse un barrio clase media. Mi familia adoptiva era la menos educada, inmigrantes cuyo idioma nativo no era en inglés, una familia de trabajadores”, declaraba David en el documental. Nunca se le relevó el verdadero objetivo de la investigación a los implicados.

Los resultados sorprendieron incluso a los experimentadores. En el documental, se entrevista a quien fuera la investigadora asistente de Peter Neubauer, Natasha Josefowitz: “No pensé que los rasgos fueran tan hereditarios como demostró el experimento. Fue más de lo que cualquiera de nosotros creyó posible”, declaraba. Y añadía: “A la gente no le gusta saber que no tiene mucho libre albedrío. No le gusta saber del poco control que tienen. Preferiríamos creer que tenemos alguna ingerencia sobre nuestras vidas”.

El debate entre naturaleza y crianza ha existido al menos desde la antigua Grecia (Platón y Aristóteles tenían opiniones encontradas al respecto), pero hasta hace algunas décadas estaba totalmente inclinado hacia el lado de la crianza. El concepto de la Tabula Rasa, idea que dice que venimos al mundo como un lienzo en blanco, listos para ser pintados por las experiencias que vivimos, dominaba todos los campos. La teoría se remonta a John Locke y ecos de su pensamiento podían encontrarse en boga incluso a mediados del siglo XX, especialmente con el existencialismo de Sartre, encapsulado en la expresión “la existencia precede la esencia”.

Ha sido solo a finales del siglo pasado, con los avances en el campo genético y el desarrollo de la biología molecular, cuando ha sido posible cambiar la percepción de lo que produce nuestra personalidad. En la actualidad, el consenso en la comunidad científica es contundente: no solo es que los genes (la secuencia de ADN que heredamos de nuestros padres al momento de la concepción) tengan mucho que decir acerca de quiénes somos y cómo nos comportamos, sino que, en general, su influencia es al menos tan importante como la de la crianza o la cultura.

Son justamente los estudios realizados a gemelos y niños adoptados (especialmente a los llamados hermanos virtuales, niños adoptados a la misma edad, pero de diferentes madres) los que han dado lugar a algunos de los mayores descubrimientos de la psicología, ya que, por primera vez, y gracias a ellos, se ha podido desentrañar el origen de algunas diferencias conductuales.

Comenta Steven Pinker en su imprescindible La Tabla Rasa (más de 700 páginas dedicadas a desmontar la teoría):

“Los gemelos univitelinos piensan y sienten de forma tan similar que a veces creen que están unidos por la telepatía. En los casos en que se les separó en el momento de nacer, y se reencuentran de adultos, manifiestan que sienten que se conocen de toda la vida. Las pruebas confirman que los hermanos gemelos univitelinos, separados o no en el momento del parto, se parecen (aunque distan de ser idénticos) en casi todos los rasgos que se puedan medir, un parecido que casi resulta inquietante. Se parecen en la inteligencia verbal, matemática y general, en su grado de satisfacción vital y en rasgos de la personalidad como la introversión, la simpatía, las manías, la escrupulosidad y la actitud abierta a la experiencia”.

Por supuesto, esto no quiere decir que la crianza y la cultura no tengan ningún peso en el desarrollo del ser humano. Todos los aspectos del comportamiento, tanto biológicos como culturales, están entrelazados. Todas las pruebas que tenemos hasta el momento nos invitan a superar la dicotomía simplista entre herencia y entorno y a entender que no se trata de una rivalidad sino de una colaboración.

Como explica Robert Sapolsky en Comportate, libro en donde intenta desgranar los multifacéticos desencadenantes del comportamiento humano:

Es imposible sacar la conclusión de que un comportamiento está causado por un gen, una hormona o un trauma infantil, porque, nada más aplicar un tipo de explicación estarás, de hecho, aplicando todas las demás. No hay departamentos estancos. Una explicación «neurobiológica», una «genética» o una relacionada con el «desarrollo» solo son una especie de atajo.

El atractivo de la teoría de la Tabla Rasa es incuestionable. La idea de que cada ser humano puede convertirse en lo que desee y que solo su voluntad puede dictaminar el curso de su vida sigue siendo el paradigma dominante en la sociedad actual. De hecho, este constructivismo social parece fundamentar toda la sociología contemporánea.

Dadme una docena de niños sanos, bien formados, y mi mundo específico para que los eduque, y yo me comprometo a elegir a uno de ellos al azar y a adiestrarle para que se convierta en un especialista de cualquier tipo que yo pueda escoger — médico, abogado, artista, hombre de negocios y, sí, incluso un pordiosero ladrón — independientemente de sus talentos, aficiones, tendencias, aptitudes, vocaciones y raza de sus antepasados.

La cita es de John Watson, fundador del conductismo, y data de 1925, pero podría suscribirla cualquier profesor de ciencias sociales y políticas en la actualidad. En pleno siglo XXI, una buena parte de la población sigue negando la naturaleza humana. La visión romántica de la Tabla Rasa sigue acarreando una buena cantidad de prácticas e ideologías perjudiciales.

Áreas que históricamente han tratado explicar todo comportamiento como un producto de la socialización a través de la cultura circundante — como las de la crianza, la educación o la de las humanidades en general — tendrían que reconciliarse con el hecho de que no todos tenemos los mismos talentos, ni las mismas predisposiciones, y, por lo tanto, no partimos de la misma posición. Básicamente, una buena parte de nuestras diferencias y similitudes son innatas y hay poco que la cultura pueda hacer para contrarrestarlas.

En principio, podría parecer que el documental no es más que un alegato a favor de la versión “dura” de la teoría genética, pero en el último tramo su mensaje toma un matiz mucho más equilibrado cuando se revela el destino de uno de los hermanos: ya con más de 30 años, Eddy empezó a comportarse de manera errática, fue diagnosticado con depresión maníaca y terminó suicidándose. Se sugiere que el causante de su depresión fue la estricta crianza a la que se vio sometido. Una amiga de la familia afirma que para ella toda la diferencia estuvo en la educación. David remata: “Creo que si estoy aquí — y Eddy no — es por los principios que me inculcaron mis padres adoptivos”.

Esta desviación anormal en el transcurso de la vida de uno de los hermanos sirve para hacer énfasis en el papel de la cultura en el desarrollo de personalidad del ser humano. Coincide con lo que hemos venido diciendo sobre la naturaleza polifacética de la personalidad. Escribe Sapolsky: “El comportamiento social anormal humano (…) es un auténtico lío, un tema en el que intervienen la química cerebral, las hormonas, las señales sensoriales, el ambiente prenatal, las experiencias tempranas, los genes, la evolución tanto biológica como cultural y las presiones ecológicas, entre otras cosas”.

A pesar de que en modo alguno los genes sellan nuestro destino, conviene recordar que sí que nos predisponen a ciertas tendencias que permanecerán prácticamente invariables a lo largo de nuestra vida. Los hermanos biológicos se parecen más que los adoptivos, se críen juntos o por separado¹. En los gemelos virtuales hay poca correlación en su CI (coeficiente intelectual)². El carácter de una persona se manifiesta muy pronto y permanece casi constante a lo largo de toda su vida³. La teoría de la Tabla Rasa no soporta ningún escrutinio a la luz de las pruebas actuales.

Es una realización contraintuitiva, y seguramente difícil de aceptar para la mayoría, pero probablemente seríamosen esenciala misma persona de haber sido adoptados al nacer y criados por una familia diferente. Como afirma Robert Plomin, autor de Blueprint:

“Las influencias ambientales son importantes, ya que explican aproximadamente la mitad de las diferencias entre nosotros, pero son en gran medida asistemáticas, inestables e idiosincrásicas; en una palabra, aleatorias (…) Las diferencias de ADN heredadas de nuestros padres son la fuente constante y permanente de la individualidad psicológica, el modelo que nos hace ser quienes somos. (…) El entorno puede alterar este plan temporalmente, pero después de estos baches ambientales volvemos a nuestra trayectoria genética. El ADN no es lo único que importa, pero importa más que todo lo demás junto en cuanto a los rasgos psicológicos estables que nos hacen ser quienes somos.

Queda una última consideración luego de intentar comprender la dificultad que conlleva trazar los desencadenantes del comportamiento humano, así como de ver la cantidad de factores que intervienen en la formación de nuestra personalidad, y es la del papel del libre albedrío en la ecuación.

Volvemos a La Tabla Rasa de Pinker:

Imaginemos que estamos dándole vueltas a una decisión: qué carrera escoger, si casarnos o no, a quién votar, qué ponernos al día siguiente. Por fin tomamos una decisión, cuando suena el teléfono. Es un hermano gemelo univitelino cuya existencia desconocíamos. Durante la feliz conversación descubrimos que nuestro hermano acaba de escoger una carrera similar, ha decidido casarse más o menos por las mismas fechas, piensa votar al mismo candidato y lleva una camisa del mismo color, todo lo que los genetistas conductistas que nos estudian habrían pronosticado. ¿Qué grado de criterio propio tuvo ese «nosotros» que tomó las decisiones, si el resultado se podría haber predicho de antemano, al menos de forma probabilística, a partir de unos sucesos que ocurrieron en las trompas de Falopio de nuestra madre hace ya bastantes años?

Este experimento mental describe con mucha similitud lo sucedido en la vida real con los trillizos del documental. Y nos invita a reflexionar al respecto. Si una buena parte de nuestra personalidad viene delimitada por nuestros genes, mientras que es nuestra crianza (aquí incluyo ambiente prenatal y experiencias tempranas) la que le termina de dar forma y encauzar en determinados patrones, ¿qué porcentaje restante es atribuible al libre albedrío, entendido como la capacidad de tomar decisiones deliberadamente, ajena a consideraciones anteriores, enteramente compuesta por impulsos racionales y conscientes?

Lo cierto es que, no parece que, ni en el mejor de los casos, ese porcentaje pudiera ser muy alto, una muy mala noticia para nuestro sentido de autonomía, pero que quizás sirva para aliviar la carga de responsabilidad que reposa sobre los sospechosos habituales sobre todo la crianza, la educación y la cultura a los que la sociedad suele señalar injustamente como únicos culpables de nuestros peores y mejores comportamientos.

Lecturas recomendadas:

[1] Bouchard, 1994; Plomin y otros, 2001.

[2] Segal & Hershberger, 2005.

[3] Caspi, 2000; McCrae y otros, 2000.

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